Hace muchos años vivía un emperador que solo se preocupaba por ir bien vestido. Se pasaba horas y horas mirando sus preciosos trajes y sombreros. Un día llegaron a palacio dos sastres. Le dijeron al emperador que podían hacerle al emperador un traje con una tela maravillosa. Era una tela única en el mundo...
-¿Y qué tiene de especial esa tela? -preguntó el emperador.
-Pues que solo la ven los listos -explicaron los sastres-. Para los tontos es invisible.
El emperador pensó que con ese traje podría saber si sus súbditos eran listos o no. Así que encargó el traje y lo pagó. Pasado el tiempo, el emperador envió a su primer ministro al taller de los sastres. Quería saber cómo iba su traje. El ministro se quedó asombrado: los dos sastres pasaban la aguja por el aire, pero...¡él no veía ninguna tela!
Entonces pensó: -¿Por qué no veré la tela, será porque soy tonto? Si el emperador se entera me echará.
Al llegar al palacio, el ministro le explicó que el traje le estaba quedando muy bien: la tela era preciosa; el colorido, fantástico…
Pocos días después, el emperador acudió al taller para probarse el famoso traje. Tampoco él veía la tela, pero, para que nadie lo tomara por tonto, se calló. Y llegó el día de la gran fiesta nacional. Los sastres fueron a palacio llevando sobre sus brazos el traje invisible y, con gran esmero, visitaron al emperador. Cuando llegó el momento, salió a la calle una gran cabalgata: había bandas de música, carrozas, soldados, pajes y, al final, iba el emperador rodeado de su corte. Todo el pueblo quería ver el famoso traje. Y aunque nadie lo veía, todos alababan su forma y colorido:
- ¡Qué elegante va el emperador!- exclamó una mujer
-¡Realmente es un traje precioso!- respondió su marido.
De pronto, un niño gritó señalando al emperador: -¡Pero si va desnudo!
-Es verdad- decían todos muertos de la risa-. ¡No lleva ropa!
Y fue en ese momento cuando el emperador descubrió que aquellos sastres lo habían engañado.
Y que solo un niño se había atrevido a decirle la verdad.
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