Esto es muy gracioso. Un día, cuando íbamos a la playa, a mi padre se le ocurrió que podíamos coger las dos tablas de surf que teníamos (una era de mi hermano y otra era mía).
Bueno, sigo. Mi hermana también quería venir, pero ella con un flotador de rueda de coche. Nos preparamos mi hermano en un tabla de surf, mi hermana es su flotador de rueda y yo en mi tabla de surf. Ahora te preguntarás cómo nos llevó mi padre a los tres si solo tiene dos manos y en el agua cansa andar. Yo te lo voy a explicar.
Mi padre cogió el asa de la tabla de surf de mi hermano y la mía, cada asa en una mano y mi hermana donde estaba. Yo te digo que fue muy gracioso. Estaba agarrada en mis pies. Sí, sí, en mis pies. ¿Tú ves eso normal? Yo no. Bueno, todavía no te he dicho dónde íbamos. En realidad íbamos a las rocas. Más o menos tardamos una hora porque estábamos bastante lejos. En verdad, mi padre era el que estaba haciendo todo el trabajo porque mi hermana, agarrada en mis pies, no hacía nada. Mi hermano tumbado encima de la tabla tampoco hacia nada y ya no te hablo cómo iba yo.
Después de la hora que tardamos en ir, a mi hermano y a mí se nos ocurrió montarnos de pie en la rocas y mi hermana cagada de miedo, diciendo que no, que no, y que no. No se montó encima de las rocas, pero luego se lo pensó y dijo: -Venga va, que me voy a poner de pie.
Cuando ya estábamos los tres encima de las rocas no podíamos bajar, nos daba miedo a los tres. Mi hermana fue primero, pero cuando yo estaba bajando me encontré un montón de erizos de mar. Ya era la gota que colmaba el vaso. Sí, lo que has escuchado.
Yo, al final, terminé en mi tabla de surf, pero mi hermano, que era el último, se cagó de miedo. Mira que ya tenía miedo ¿eh? Pues más todavía.
Al final mi padre le tuvo que decir: -Venga, yo te cojo. Mi hermano se tiró encima de mi padre, no aguantó el peso y dio un paso para atrás, justo donde había un erizo de mar.
Mi padre se pinchó, pero como si nada. Cuando ya estábamos en la orilla con mis abuelos, nos secamos y nos fuimos a comer. Mi padre se puso las chanclas y cuando fue a dar el primer paso, no podía. No podía porque los pinchos del erizo del mar se le habían metido en el pie de tal forma que no se veían.
Cuando llegamos al hotel, mi abuela tuvo que coger las tijeras, coger el trozo de piel que era en el talón y cortó un pedazo de carne. Cuando ya estaba el trozo de carne cortada, metió las pinzas y sacó un montón de puntas del erizo.
Eso pasó el primer día de vacaciones y allí nos íbamos a quedar una semana entera y tres días. Mi padre se tiró toda la semana y los tres días con el pie vendado y sin poder andar casi nada.
Así pasé mis vacaciones con 5 años que yo tenía.